El 1º de Mayo, ayer y hoy, en el mundo del trabajo
Lunes 03 de Mayo de 2010

Hace 124 años, ese 1º de mayo de 1886, quedó signado en la historia de la humanidad como el ícono más relevante de la lucha por los derechos de los trabajadores. En esos tiempos de superexplotación masiva y exclusión generalizada, las banderas de lucha del proletariado, en creciente resistencia a la injusticia, eran por las ocho horas de trabajo y por la supresión del trabajo infantil. En la actualidad, según cifras de la OIT –a pesar del progreso tecnológico y el crecimiento geométrico de la productividad–, la mayoría de los asalariados en el mundo siguen trabajando un promedio mayor a las 10 horas diarias, y en grandes extensiones de la economía mundo siguen siendo explotados un total de 75 millones de niños que no tienen acceso a la educación y que engrosan las elevadas ganancias de multinacionales.

 

Pero cuál fue el devenir del trabajo asalariado desde esos tiempos en donde la condición proletaria vivía su apogeo de combate, a nuestros días de dualismo capitalista de consumismo y exclusión, esas dos caras de una misma moneda.

 

En ese 1º de mayo de 1886 el proletariado irrumpía en el escenario de una burguesía ascendente, que pretendía que el creador de toda la riqueza del mundo se resignara a acampar en los confines de la sociedad capitalista, como un mero objeto de explotación. Las luchas por la disminución de la jornada laboral y la prohibición del trabajo infantil eran el combustible de la conflagración de clases. Ante la imposibilidad del aplastamiento generalizado, los dueños del poder enfrentaron a las masas en movimiento con la integración social, sin abandonar la coerción y el terror.

 

Lo que algunos autores llamaron la Condición obrera fue el resultado histórico del potencial desestabilizador de las fuerzas del trabajo por sus legítimos derechos. El fordismo fue la respuesta del Capital, y la integración subordinada del universo de los trabajadores fue la constitución del denominado obrero-masa y su incorporación aunque parcial al mundo del consumo. Fueron los tiempos de la vivienda obrera, la salud pública y la educación básica como nueva matriz del operario despojado de saber hacer, característico de los oficios de la primera etapa del capitalismo y su anclaje a la línea de montaje y a la producción masiva. La disminución de los tiempos muertos fue la nueva norma del patrón de acumulación capitalista y las tareas rutinarias.

 

El fordismo y la organización científica del trabajo, junto a la legalización de los sindicatos, fueron la medicina para un cuerpo social “enfermo de insubordinación”. De la mano de la nueva estrategia empresarial, la cuestión social no fue atendida tan sólo a sangre y fuego, sino que el arma transformadora del consumo se extendió como mancha de aceite en los países centrales.

 

Un elemento impensado en los tiempos de las jornadas de Chicago de 1886 es el andamiaje jurídico y legal, que fue plasmándose –producto de las heroicas luchas a lo largo de la historia– en el llamado derecho colectivo y la institucionalización de las organizaciones sindicales. Lo que algunos autores llaman la metamorfosis de la cuestión social, que llevó en un largo devenir de insubordinación, grandes represiones y conquistas históricas del movimiento obrero que trascendieron su tiempo.

 

De la condición proletaria, donde el obrero, como diría August Comte, “tan sólo acampaba en las cercanías de la sociedad capitalista”, pasando por la Condición obrera, etapa de la legalización de las organizaciones gremiales, y la transformación de las sociedades de resistencia del anarquismo, en sindicatos de masas, o con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la extensión de la llamada Condición Salarial, que generalizó los convenios, las escalas salariales y el llamado salario indirecto, con todas las conquistas que fueron banderas de luchas de generaciones pretéritas.

 

Todo ese proceso, aunque incompleto, desigual e inacabado, fue el común denominador de los treinta años del llamado “círculo virtuoso” de producción y consumo del “Estado de Bienestar” y el desarrollo europeo de la segunda posguerra. O en países periféricos como la Argentina, donde el distribucionismo sui géneris del peronismo dio un salto cualitativo en los niveles de inclusión de las masas. Hasta que en la década del ’70 el paradigma de la llamada sociedad del bienestar se derrumbó y ante la nueva crisis se instaló el escenario apropiado para que prendieran las ideas del neoliberalismo, y el remedio de los expertos de la escuela de Chicago, el FMI y el Banco Mundial no fue otro que el ajuste y la llamada reestructuración económica. Millones de desocupados emergieron en la geografía como el costo social “necesario” para recomponer la tasa de beneficios de los que más tienen y barajar y dar de nuevo.

 

Esos años de despidos masivos, stagflación y grandes derrotas obreras sembró al mundo de desocupados y se parieron las condiciones objetivas y subjetivas de docilización de millones de trabajadores, que fueron aceptando el recorte de sus condiciones de vida en favor de un supuesto futuro de potenciales reinversiones en un horizonte de creación de puestos de trabajo.

 

Hija del ajuste neoliberal y la desocupación es la flexibilización laboral, que en años se ha convertido en el llamado trabajo precario –ese trabajo con mínimas seguridades– intermitente, sin seguro de salud, por contrato a término, sin vacaciones, y en muchos casos en negro, con jornadas laborales que superan las doce horas, sin pago de horas extraordinarias. Esa forma de trabajo, que según cifras de la OIT, superan el 50% de los jóvenes ocupados en el actual mercado laboral, todos los años ha crecido desde la década de los ochenta a nuestros días a pesar de la acumulación significativa de ganancias a escala macro, que las empresas reconvertidas y desreguladas han tenido.

 

Es cierto, la teoría del derrame no llegó, y el trabajo precario y su degradación vino para quedarse.

En este escenario heredado de la reconversión de los años ’70 , con su costo social, en septiembre de 2008 implosionó el mito y la crisis emergió de las entrañas mismas del Wall Street.

 

La denominada burbuja inmobiliaria trajo la debacle del sistema financiero y la banca internacional y su onda expansiva salpicó la economía real a escala global. El reino de la incertidumbre se instaló en el cotidiano de la multitud de seres humanos en el mundo. Nuevamente el drama de la desocupación atraviesa la vida de los que viven de su trabajo, y tras ese escenario que hoy se torna prioritario modificar, se esconde, quedando eclipsado lo atinente a la calidad de nuestros trabajos y su permanente precarización. Otra vez con sus similitudes y diferencias, como ese 1º de mayo de 1886, los trabajadores bregan por una vida mejor.

Fuente: Buenos Aires Económico - Por Jorge Muracciole

Ultimas noticias
Mi Cuenta
AMProS Actualizar datos
AMProS Actualizar datos